Descubrir cuáles son los deseos que José Obdulio Gaviria le pide al Niño Jesús para esta navidad no fue tarea fácil. La casa del ex asesor del ex presidente Uribe, ex sitio de refugio del mandatario y extensión de la Casa de Nariño no sólo en el número telefónico sino en los fantasmas que allí habitan me produjeron temor al principio. Sin embargo, decidí arriesgarme e ir en busca de aquella carta de la que me había enterado días atrás cuando una llamada que hacía a mi mamá, se cruzó con la del mismo José Obdulio que hablaba con un agente del DAS.
Decidí entonces emprender esta labor. Legué a su casa y me presenté como agente de ese centro de brutalidad, perdón, de inteligencia, para que el filósofo no se sintiera desconfiado y me dejara entrar sin ningún problema. Le pedí que me llevara a su despacho para revisar su línea telefónica y así descartar cualquier posible normalidad que pudiera tener.
- Siga por el corredor - me dijo el abuelo- se guía por los cuadros del beato.
-¿Del beato?, le pregunté.
-Sí, del beato. Es que desde hace unos 2 meses no estoy usando la palabra Santo para referirme a él. Los Santos no tienen entrada a esta casa, respondió el anciano como si añorara algún gobierno recién salido.
Llegué al estudio después de pasar por el pasillo que era, efectivamente, en honor al beato Álvaro Uribe, segundo libertador de la patria, como decía en una de las estampitas que se podían tomar de un altar que el propio Gaviria había diseñado.
Era el momento de revisar los cajones y buscar la carta. En el escritorio, reposaba un reloj que mide el tiempo que queda para las elecciones por la alcaldía de Bogotá. No entendí por qué estaba ahí y seguí buscando. Abrí el primer cajón y me encontré con un muñeco que parecía ser una réplica de Juan Manuel Santos. Estaba lleno de alfileres, en los ojos, más que en cualquier otra parte. Sin embargo no era el único. Aquel cajón parecía la bodega de algún vendedor de muñecos de un semáforo. Había replicas de Samuel Moreno montado en un carrusel, de Andrés Felipe Arias enterrado en lo que parecía ser un pedazo de tierra, y hasta de Ingrid Betancourt encerrada en una jaula. La de Mockus estaba en una esquina con un papel que decía “llamar a un ingeniero para poder entender el manejo de la pieza”.
Asustada cerré la gaveta y busqué mi objetivo en la siguiente, pero no hallé nada. Nada más que unos ponchos y un sombrero viejo y mal oliente. Pensé que en el próximo cajón la encontraría.
Ese sí contenía varios papeles y documentos escritos a mano por el propio José Obdulio. Había una hoja de vida con el encabezado de la oferta de trabajo “referencia: aspirante a administrador de hacienda ‘El Ubérrimo’”. Era debajo de ella que reposaba mi objetivo, aún sin doblar, sin sobre y sin terminar. Me senté en la silla acolchada que el propio anciano había mandado traer de la Casa de Nariño y la empecé a leer despaciosamente:
Bogotá, diciembre de 2010
Para:
Niño Jesús
La Ciudad
Cordial saludo.
Le escribo para desenmascararlo. Ya lo sé todo.
Es usted el farsante más grande que ha concebido la historia de la humanidad y el ladrón de identidad más cínico sobre la faz de la Tierra o donde quiera que se encuentre. Usted, no es el hijo de Dios.
El verdadero Niño Dios nació el 4 de julio de 1952 en Medellín, Colombia y si lo quiere comprobar, hágalo y sepa usted, que los propios estadounidenses conmemoran ese día en su honor.
Le exijo que acabe con su farsa de una vez pues según las encuestas, el resto de colombianos también ha caído en cuenta de su error y saben sobre sus delitos. No es usted más que un terrorista que se aprovecha de su calidad de infante para echarse al bolsillo a los compatriotas que se fían de su inocencia para adorarlo y hasta pedirle favores.
Y es que no contento con robar la identidad del propio hijo de Dios, no dudó en hacerlo con todas sus características. No sé cómo supo usted que el verdadero divino niño había nacido en una pesebrera de cierta hacienda, en la que reposaban las bestias que después serían nombradas por él mismo en algún puesto de la patria, como reivindicación al robo de su imagen, tal como usted hizo 30 años después con los que llamaba discípulos. Y comuníquele a Juan que lo denunciaré, porque si usted robó la imagen del propio niño divino, El Bautista plagió la mía.